13 may 2014

Ex-drogadicto y satánico, hoy misionero


El abandono y la soledad oscurecieron su infancia. Su familia tenía todo lo que el mundo valora. Dinero, propiedades, lujos, pero el francés Hanns Myhulots no era feliz.

Creció con la angustia de ser incapaz para expresar sus sentimientos frente a sus padres. “Eran excesivamente trabajadores y yo pasaba sólo en mi casa”.

Hanns recuerda parte de su historia, mientras camina por las calles de Guatemala. Cada paso que da es un milagro. Sus prótesis metálicas en la cintura y en las piernas le ayudan a permanecer en pie. Pero tiene un sentido… trabajar por los más abandonados de la sociedad.

En la calle, con el sida y las pandillas
Soy un misionero católico, fundador de Uno más para Jesús (www.unomasparajesus.org). Trabajamos en Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Honduras y Nicaragua con niños de la calle, pandilleros, prostitutas y niños infectados con VIH/SIDA”.

Sin tapujos asegura que “llenar los vacíos con sexo o drogas solamente brinda destrucción, la cárcel o la muerte”.



Carencia afectiva...y malos amigos
Desde los 9 años, la droga obnubiló todos sus deseos arrastrándolo hasta lo más siniestro. “Tengo un 98% de culpa por consumir drogas y mis padres sólo un 2% de responsabilidad. No les culpo, pero cada vez que quería hablar con mi madre, por ejemplo, ella no podía y me daba dinero”.

Esta carencia afectiva motivó a que buscara sentirse querido. “En la escuela, encontré un grupo de amigos, eran los peor vestidos y los más abusivos, pero estaban conmigo. No me importaba si hacían cosas malas, yo quería ser como ellos. Me sentía bien con allí, era parte del grupo, como su mascota. De hecho, me pusieron un collar de perro; pero, fuera de mí, no me importó, estaba con ellos”.

Junto a estos nuevos amigos exploró la droga y con sólo diez años de edad ya consumía dos gramos de cocaína a la semana. “Si querías ser parte del grupo, había que seguirlos, y ellos tenían la cocaína. A los 18, llegué a consumir 20 gramos de cocaína por día. Creo que jamás busqué las drogas. Estaba hambriento de alegría, cariño y necesitaba sentir que pertenecía a un grupo. Nadie en este mundo dice «dame droga, quiero probar», todos buscamos llenar con cualquier cosa los vacíos de amor”.

Robando para drogarse
Llegó al colmo de robar las plantas y el inodoro de su casa para satisfacer su adicción, y cuando ya la había desvalijado, “no tuve piedad y robaba casas de familiares. Después de eso, salí a la calle a delinquir. Me arrestaron más de treinta veces por consumo de drogas y robo. Así, terminé destruyendo mi vida y mutilando mi propia familia”.

Dentro del grupo en el que participaba, al poco tiempo aspiró a ser miembro activo de la banda. “Me lo propusieron y acepté someterme a una iniciación. Corrí más de 100 metros, como me indicaron, mientras en los últimos metros, desde un extremo a otro del recorrido, los integrantes me esperaban con bates y cadenas. Me dieron la paliza del siglo y fui a parar al hospital con cuatro costillas rotas. Pero yo me sentía muy macho, pues había logrado llegar a la meta, sin llorar”.

Hanns nunca sospechó que su irracional hazaña era parte de un rito con un trasfondo satánico… el grupo tenía todos los ingredientes de una peligrosa secta. “Cuando salí del hospital me dijeron que ya era miembro de la banda y me hicieron un tatuaje. Fui marcado tal como hacen con las vacas, con un fierro caliente. Con el tiempo me di cuenta que era una secta satánica, Dios sabe por qué no me di cuenta en ese momento”.

Dando tumbos el iniciado seguía consumiendo cocaína, marihuana, heroína o hachís, en un ciclo imparable.

Invocación de espíritus
Uno de los ritos de la secta que se le grabó en la memoria fue la invocación de espíritus. “Hoy sé que el diablo te hace caer en un hoyo, y para que caigas más rápido te echa grasa para que tú resbales. Entonces estaba ignorante, atrapado. Seguía hundiéndome. No me importó gastar miles de dólares para conseguir droga, ni jugar infinidad de veces a la ouija, sacrificar vírgenes para Satanás, o tener sexo con hombres y mujeres dentro de un ritual satánico. No me importaban todas las porquerías, porque finalmente nada de eso me llenaba”.

Drogado, se tiró de un tercer piso
El adicto tocó fondo durante una fiesta. Había una fiesta de drogas a su disposición y producto de su alucinación, sintió que tenía alas. “Me subí a la terraza del tercer piso del edificio en el que estaba y me lancé. Caí parado, mis piernas se salieron y mi columna quedó como acordeón. Hoy tengo unas plaquetas de fierro que dan un soporte parecido a mis huesos. Estuve dos meses en coma. Cuando desperté, le dije a mi madre si podía rascarme los dedos de mis pies, y ella, apesadumbrada me respondió que yo ya no tenía dedos”.

Un misionero le dijo...

Un misionero italiano, de nombre Giusseppe Laurentti, que visitaba hospitales para hablar con adictos encontró a Hanns. “Ahí, sin piernas. Él me dijo: «Jesús te ama». ¡Eso impactó mi vida! Siendo perdonado, comencé un nuevo camino. Consumí drogas, viví en la calle e intenté suicidarme once veces; me lancé de un edificio, pasé dos meses en coma, y no estoy muerto, ni en el infierno. Estoy aquí, soy misionero católico y padre".

"Todos los días lucho contra las drogas; pero ahora no peleo solo, Dios está conmigo", añade. "No tienes que irte al infierno para darte cuenta que hay un Dios que nos ama. No miraba mis pisadas, porque el que estaba cargándome era El. Después de mucho tiempo, me di cuenta que al final, siempre pertenecí a un grupo más grande, el de los hijos de Dios”.

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